¡Feliz
domingo de lecturas, Visitantes!
¿Cómo
estáis sobrellevando el calor? Hay estudios por ahí que dicen que un buen modo
de olvidarse del calor es leyendo, así que os traigo algo nuevo para la sección
de lecturas.
Sé que
había prometido que cuando me tocara aportar algo en esta sección, os
presentaría antiguas versiones de nuestros queridos cuentos de la infancia
antes de que pasaran por el filtro de Disney; pero este domingo dejaré a un
lado los cuentos y compartiré con vosotros una vieja leyenda que siempre me ha
gustado mucho: La
dama de Shallot.
Se
trata de un antiguo poema de un hombre llamado Tennyson y que pertenece al
ciclo de leyendas artúricas (conocéis alguna historia del Rey Arturo ¿no?).
Como es un poema enorme y además, al haber sido escrito originalmente en inglés
hay millones de traducciones distintas por ahí, yo he reescrito el poema en
forma de relato para que todos podáis conocer esta historia.
Espero
que os guste y que me comentéis! Hasta el próximo domingo ^^
La dama de Shallot
Según cuenta una antigua leyenda, existió una vez en el pasado, una joven,
cuyo nombre ya nadie recuerda, que vivía encerrada en una alta torre en el
centro de una isla llamada Shallot. Dicha isla estaba situada a medio camino
entre Camelot y Winchester. Las malas lenguas decían que estaba embrujada y por
eso nadie se acercaba más de lo necesario cuando viajan hacia Camelot.
La joven había vivido toda su vida en aquella fortaleza, sabiendo
únicamente que estaba prisionera. Apenas contaba con una pequeña habitación
para vivir donde sólo había una ventana que estaba orientada hacia Camelot.
Frente a la ventana había un enorme y redondeado espejo colocado de manera que
reflejaba todo lo que se veía desde la ventana y en el centro de la habitación,
la joven tenía un gran telar.
Un noche, mientras la joven dormía, una voz le habló en sueños. Era una
voz fría y que parecía provenir desde el
mismo infierno. Igual de terrible que su sonido, era el mensaje que le
susurró. La voz le dijo que nunca mirara por la ventana porque en el momento en
que mirara hacia Camelot, una terrible maldición caería sobre ella.
Aunque la joven desconocía el tipo de maldición de la que hablaba la voz,
tomó la decisión de seguir su consejo.
A partir de ese momento la joven pasó las horas observando el reflejo del
espejo y tejiendo las imágenes que éste le mostraba. Imágenes de las vidas de
otras personas. Y aunque nunca desobedeció, con el tiempo empezó a preguntarse
por qué todas esas personas podían vivir de verdad y ella tenía que resignarse
a observar desde su alta, alta torre.
Así fue hasta que un día pasó algo.
Lancelot, el caballero más fuerte del Rey Arturo pasó cabalgando muy cerca
de la torre de Shallot y se reflejó en el espejo. Cuando la joven de Shallot le
vio se enamoró de él en un solo segundo. Y aquello lo cambió todo. Por primera
vez, se dio cuenta de que estaba sintiendo algo de una intensidad mucho mayor a
la del miedo que le daba la maldición. Eso hizo que empezara a planteara cosas
que nunca antes había considerado.
Quería ser valiente. Quería abandonar su torre a pesar de que al ser lo
único que conocía, era lo más seguro que tenía. Pero ya no le importaba nada
que no fuera estar con su caballero. Y de ese modo, todas las esperanzas que
durante años había sostenido con delicadeza y cuidado en su diminuto corazón
fueron puestos en ese amor.
Trató de comunicarse con él y hacerle llegar un trozo de su vestido para
que Lancelot lo usara como divisa para su lanza cuando combatiera en sus torneos.
Pero Lancelot ya estaba enamorado de Ginebra y de su vestido era la tela
que llevaba en su lanza. Cuando nuestra joven prisionera lo vio en el espejo,
sintió algo mucho peor que el dolor ya conocido por la soledad. Una vieja
sensación de derrota la invadió y creyó oír una vocecilla cruel que le
susurraba en el oído lo que ella en realidad ya sabía: que hasta el amor le
estaba prohibido.
Era tal el dolor que experimentó que no pudo evitar mirar por la ventana.
En ese momento, el espejo se rompió en mil pedazos y supo que la maldición
acababa de caer sobre ella.
Entonces ella levantó la mirada de su viejo tapiz y dijo:
<<Estoy harta de tejer sombras>>
Antes de que las lágrimas arrasaran sus ojos, cogió su telar sin terminar
y abandonó la torre.
Junto a la orilla encontró una pequeña barca y sin dudarlo se hizo a la
mar. Tenía pensado navegar hasta Camelot hasta que le fuera posible.
La maldición no la había abandonado, pero mientras le quedaran fuerzas
tenía decidido no volver a esconderse nunca. No volvería a ocultarse tras un
espejo para ver vivir a los demás mientras ella permanecía en silencio.
Durante el trayecto, algunos pescadores aseguran que la vieron, con
expresión triste y los brazos caídos sobre el agua como en señal de rendición.
Aunque otros interpretaron ese gesto como una súplica silenciosa para que la
maldición la concediera algo más de tiempo.
Su gran tapiz caía por los bordes de la embarcación y se deshacía. Las
velas que usaba para alumbrar su camino fueron apagándose a medida que se
alejaba de su isla.
Cuando por fin la embarcación llegó a Camelot, encontraron a la doncella
muerta y su tapiz totalmente deshecho.